Dicen en Huyuasca,
allá en las remotas tierras sin
mediodía, rumor de tibias voces,
que el cielo está cerrado,
no este, sino el otro,
el que no cesa de llover.
Corazón abigarrado
ese que bulle en los hombres,
pozo que ansía otras lluvias.
Especie de cisura
que a la zaga de los tonos altos
junta sus gotas como un gimoteo,
una bulla de menudencias,
inadvertida espera de los otros pasos.
Claman por aire,
asfixia no tan anodina,
pero ¿por dónde?;
se pide más que tu gesto,
pálpito que se entrega en madera y carne,
hálito que abre la cerrazón del entresueño.
¿Por dónde?
En Huyuasca se llevaron el tesón
y el verbo de tus mañanas.
Quién avivará el fulgor de la otra voz,
palabra que no es lluvia ni algazara,
ni nubes ni sexo de sábanas blancas.
Preguntan allí: ¿a quién atañe respirar?
Agosto del 2012