Escribir: breve reflexión



Recuerdo que, hace años, un librero del centro de Bogotá me confesó que después de haber leído Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Laínez, algo había cambiado dentro de él de manera profunda y definitiva. Quizá lo dijo para instigarme a leer al porteño, para darme una luz, qué sé yo. Lo cierto es que después de Misteriosa Buenos Aires la mixtura entre relatos fantásticos e Historia dio en vestirse de matrimonio, porque qué otra cosa puede ser el registro de los hechos sino una simple interpretación, una que realiza alguien desde la limitada e insegura esquina de su propia subjetividad. Escribir equivale a recrear el mundo, no importa que se trate de un disparate o de una pretendida misión signada por la seriedad. Lo que hacen los historiadores no se diferencia mucho de aquello que ejecutan los teólogos, o los redactores de edictos presidenciales. Me parece más honesto aquel que se declara a sí mismo escritor de ficciones. Al hacerlo, por lo menos no peca de pretencioso, de custodio de alguna verdad en particular, o de testigo objetivo de algún hecho. 


Dicho lo anterior, vale la pena recordar o leer a Sartre en Qué es la Literatura (Qu'est-ce que la littérature?), allí donde inquiere por el compromiso del escritor y las trampas del aburguesamiento, y también donde especula las razones del por qué se escribe o del qué escribir. Y digo que vale la pena recordar a Sartre porque su reflexión bien puede ser puesta en un extremo de la balanza. Del otro extremo están los escritores brujos, como Rulfo (aunque Sartre también lo era, a su manera), y los brujos-místicos, como Borges o Hesse. La balanza en mención ignora por completo las rigurosidades de la Academia o la lógica del mundo editorial. Esa balanza sólo habla del riesgo de la vida, de la asunción de ese riesgo, o mejor: de la pasión que implica tomar ese riesgo. 


Yo le respondo a dos amigos curiosos de las letras que hoy mismo [mediados de septiembre del 2011] trabaron conversación conmigo, que para escribir tengo una aliada. Quizá se vea mejor si lo cuento a través de este fragmento:


"Aquella mañana de noviembre, fría y nublada como las montañas andinas del entorno, corría con prisa hacia el final sentenciado por el reloj de arena sobre mi mesa de trabajo. Han pasado cincuenta años desde que su voz dejó sentir aquella última pregunta, cincuenta años en que sus revelaciones han estado retumbando en mi memoria sin dejos de alivio. Todavía no puedo dejar de pensar en ella, sobre todo en la primera hora matutina, justo antes de aprestarme al rito cotidiano del ambil y la coca en mambe. No puede ser de otra manera. Alicia me enseñó que la coca endulza la palabra, y que sólo en la queda escucha de la voz de sus amos puede el hombre anticiparse a la ansiedad y al descontrol. Desde entonces, hace ya tantos años, la coca acompaña cada mañana de mi vida. Con una cucharita de madera doy en consentirla. La toco, le hablo y me hablo. En silencio le confieso mi propósito presente y luego la arrullo entre la mejilla y los dientes, para que repose cómoda y me regale el acre amargo con que Dios colma el paladar de sus hijos. Aún hoy su verde presencia acompaña al reloj de arena con que me doy a la tortura antes de sentarme a escribir. Pero Alicia no acostumbraba a mambear, tampoco a tejer. Lo suyo era otra cosa, acaso la constatación del asombro que le producía descubrir el mundo, es decir, este mundo en toda su vastedad. Los pocos años que vivimos juntos parecen ahora un intenso y corto ensueño, como un párpado mínimamente abierto de manera tal que la luz exterior del alba no borra el caudal de imágenes que los sueños lúcidos suelen traer. Con ella vinieron la hoja de coca y los indios del norte de Suramérica; la locura de su vida en la resistencia y toda la madeja de emociones en que dio en convertirse nuestra relación.”


[...] 


Supongo que se entendió. Resta decir que le debo a Manuel Mujica Laínez el cariño que calladamente hoy profeso por la magia castellana, y que si acaso usted necesita una voz de impulso será mejor que se lea las Cartas a un Joven Poeta, de Rilke, cuya traducción puede encontrar en este enlace: 

http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/rilke.htm


Luis Rafael